Esta belleza de monumento histórico y religioso, exponente del Barroco, tiene 52 kilos de oro, que van en la laminilla sobre piedra, yeso o madera.
Un legado jesuita
Su construcción, ordenada por los Jesuitas de Quito, en 1605, demoró 160 años en terminarse. La iglesia está inspirada en la basílica Il Gesu, en Roma.
Tiene planta de cruz latina, típica del Renacimiento. Por donde se mire hay una colección de bóvedas, cúpulas, arcos, muros, pilares y retablos, estos últimos, en honor a algún santo, ocho en total.
Lo curioso es que si bien hay permanente iluminación, las naves laterales están enriquecidas con pequeñas cúpulas que filtran la luz y crean una suerte de penumbra. Con luz artificial también se maximiza el esplendor.
Uno de los lugares en los que hay que detenerse es La nave central. El retablo fue hecho por Jorge Vinterer, de la escuela de arte quiteña, y se demoró diez años en tallarlo.
Encima de los retablos "hay una bóveda decorada en dorado y policromado, con estrellas y figuras geométricas, cercanos a los dibujos persas", tal como reseña José Luis Micón Buchón, en un libro sobre la Iglesia.
No en vano, cuenta el arquitecto Diego, un buen día cuando el padre estaba celebrando la eucaristía, se quedó extasiado mirando esta joya arquitectónica.
A la salida, un pórtico tallado en piedra de los Andes, conduce al centro histórico de Quito, reconocido como patrimonio cultural de la humanidad, en 1978. Un lugar para recorrer a pie.