Las calles barridas por el viento de Tallinn ofrecen una imagen engañosa de la religiosidad de Estonia.
Torres de iglesia decoran el barrio antiguo, las campanas resuenan los domingos y en las iglesias suenan canciones mientras los visitantes entran a los templos.
Una segunda mirada más aguda revela que la mayoría de esos visitantes son turistas.
Cuando un domingo asistí a la iglesia luterana más grande de la ciudad, me di cuenta que casi todos los congregantes resultaron ser de Holanda.
Sólo un grupo de personas de pie en la parte de atrás, 15 como mucho, era la suma total de los estonios.
Como el decano de la iglesia, Arho Tuhkru, lo explica, no es un problema nuevo: "La gente es creyente, pero no quieren pertenecer a la iglesia. No tenemos la tradición de la familia entera asistiendo a misa".
Hostilidad histórica
A pesar de que la iglesia luterana es la más importante en Estonia, sólo representa el 13% de la población, según el reverendo Tuhkru.
Incluso hay cifras más reveladoras: menos de uno de cada cinco estonios aseguran que la religión juega un papel importante en sus vidas.
Es una tendencia visible en todos los estratos de la sociedad. Incluso en las escuelas la religión no aparece en el pensum de estudios.
En vez, en las clases de historia, los alumnos aprenden sobre las olas de la invasión lideradas por alemanes y daneses que trajeron el cristianismo al país. Se muestra como una fe de los colonizadores rechazada por la mayoría.
"Creo que una de las principales razones por las que hoy en día podemos hablar de Estonia como una sociedad secular es que la identidad nacional y la religiosa no se superponen", comenta Ringo Ringvee, consejero del departamento de asuntos religiosos de Estonia.
Otro problema es el idioma. Muchos estonios no entendieron el lenguaje de los misioneros que vinieron a predicar.
"Los luteranos hablaron en alemán", señala Ringvee. "Los rusos ortodoxos vinieron en el siglo XIX hasta principios del XX y siempre hablaron en ruso".
Con el establecimiento de la Iglesia Ortodoxa Estoniana en los años '20 (sus líderes miraron más hacia el patriarcado en Constantinopla que hacia Moscú) los servicios religiosos empezaron a realizarse por estonios, aunque para 1940 la Unión Soviética invadía y anexaba a Estonia a su bloque.
Durante casi todo el período de los soviéticos, que terminó en 1991, se prohibió el culto público. Mientras que en otros países ex soviéticos hubo un inmediato resurgimiento de la cristiandad poco después de la independencia, el fenómeno nunca realmente sucedió en Estonia.
Adoradores de la naturaleza
Es una cadena de eventos lo que alejó a la mayoría de los estonios de Dios, pero eso no significa que no crean en nada.
Viajé a unos 300 kilómetros de Tallinn para conocer en el bosque a un grupo de amantes de la naturaleza, o adoradores de la naturaleza, como se les suele llamar.
"Somos paganos", comenta Aigar Piho, padre de ocho niños del pueblo de Rouge en el sur de Estonia.
Sentado en un tronco en el claro del bosque me explica que su dios es la naturaleza. "Debes tomarte un tiempo, sentarte y escuchar".
Como muchos estonios, Aigar es espiritual. Define su religión como Maausk, una forma de espiritualidad de la naturaleza en la que los árboles y la tierra son objetos apreciados que tienen poderes.
Aigar explica que su lugar como pagano es el bosque, sin ningún tipo de ceremonia, rutina o texto religioso. Es difícil decir que se trata de una religión organizada.
Su hija, Kotre de 22 años, interrumpe la conversación para decir que la mayoría de ellos afirma ser maausk, pero sin entrar en detalle. "Sólo sabemos que es estar en armonía con la naturaleza y con nuestras almas".
Me invitan a un festival de verano con Aigar y su familia en la que bailan alrededor de una gran fogata, suben a un columpio gigante y cantan canciones.
Las niñas recogen flores y hacen coronas, las cuales, de acuerdo con creencias ancestrales, las jóvenes deben poner debajo de sus almohadas en la noche con la esperanza de que les traigan un esposo.
Tradiciones como estas están muy incrustadas en la cultura: mucho más del 50% de los estonianos aseguran creer en un espíritu o fuerza de vida, aunque poco definido.
Sin embargo, en la antigüedad se encuentra concordancia con estas creencias.
"Normalmente tienen su origen en el folklore de los siglos XIX y XX", dice Tonno Jonuks, un arqueólogo especializado en la religión prehistórica en Estonia.
"Es algo en que creyeron y practicaron. No es de tiempos medievales o antes del cristianismo".
La sabiduría de un árbol
Otros, que no están de acuerdo con la postura del experto, fundaron una organización basada en lo que describen como calendarios ancestrales rúnicos que datan de siglos atrás.
Maavalla Koda cuenta con unos 300 o 400 miembros. Entre ellos está Andres Heinapuu y su hijo Ott.
Para ellos, la espiritualidad de la tierra es algo intensamente personal. Se trata de cómo te relacionas con los seres vivientes que te rodean.
"El árbol no tiene oídos. Pienso en voz alta sobre una cuestión delante del árbol y entonces, de alguna forma, siento que me envía la respuesta".
Le pregunté si realmente mantenía conversaciones con el árbol. "Por supuesto", me responde.
Le digo que me encantaría tener un diálogo con un árbol y le pregunto cómo puedo hablar con un objeto natural. Ott me aclara que "el árbol es un sujeto, no un objeto", antes de contarme cómo el roble es sentencioso mientras que el serbal puede ser algunas veces perspicaz.
Al dejar a Ott y su padre tengo la impresión que, a pesar de que muchos estonios aman la naturaleza que les rodea y la quieren proteger, también es cierto que una minoría lleva las cosas a extremos.
Sin embargo, también me voy con la sensación de que ellos, como todos los estonios, son unos apasionados de su país. Pareciera una gentil y obediente forma de nacionalismo.
Pero es un nacionalismo que deja a la iglesia luchando para definir su papel en un lugar donde la cristiandad, u otras religiones organizadas en general, están al final de la lista de prioridades de la gente.