El destino de los “molokanes” en México
El rasgo más notable de los emigrantes rusos en México está ligado a la secta religiosa llamada “Los molokanes”, que se instalaron en tierra de los aztecas a principios del siglo XX. El nombre de la secta proviene del vocablo ruso “moloko” (leche). Dicha denominación obedece a que esa gente incluso en los días de ayuno consumía lecha en contra de las prescripciones religiosas. Además, los molokanes decían de su doctrina: “ Es nuestra leche espiritual ”.
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En México estos emigrados del Imperio Ruso, que se declaraban pertenecientes a los cristianos espirituales, se convirtieron en el centro de atención por su laboriosidad y honestidad, pero más que nada por sus costumbres religiosas. Ellos rechazaban muchos ritos religiosos establecidos, no reconocían los iconos, los templos, la autoridad de los sacerdotes ni la de los jerarcas de la iglesia. Se mostraban escépticos ante la canonización de la persona que sea. Preferían comunicarse con Dios en sus casas de oración. Los molokanes se consideraban personas pacíficas, que no deben ni siquiera tocar un arma. Fieles al principio “no matarás”, rechazaban el reclutamiento y eran enemigos de cualquier tipo de guerra. Llevaban una vida abstemia. Lo importantepara ellos era hacer cosas buenas en consonancia con los preceptos cristianos. 

Las fuentes de la doctrina de los molokanes hincan sus raíces en el remoto pasado, pero en la segunda mitad del siglo 18 sus partidarios empezaron a agruparse en grandes comunas en las regiones centrales y del sur de Rusia. Esto se produjo gracias a los predicadores ambulantes, que conocían profundamente la Biblia y la interpretaban de manera algo diferente que la iglesia oficial. Este movimiento religioso recibió el nombre de Cristianos Espirituales “Los molokanes”. Era un fenómeno singular que surgió en Rusia sin ningún tipo de influencia eurooccidental, si bien las reuniones de oración delos molokanes son similares a las de las comunidades protestantes. 

Las raíces de la enseñanza de los molokanes hay que buscarlas en las dudas de una parte de los creyentes en la justedad de las directrices religiosas y en la disconformidad de los campesinos por su situación humillante. Los predicadores inculcaban que los clérigos están alejados del verdadero cristianismo y que la vida no se desarrolla según sus preceptos. Por consiguiente, los propios creyentes deben purificar la religión de todo lo malo que le rodea. Como resultado de estas prédicas muchos campesinos dejaron de ir a los templos ortodoxos e ingresaron en las comunas de los molokanes. Todo esto causó una profunda inquietud en el Santo Sínodo y en el poder zarista. Para ellos no era ni más ni menos que la negación de la ortodoxia, considerada como uno de los pilares más importantes del Estado. Empezaron las persecuciones a los molokanes. Claro que los monarcas a veces sustituían la ira por la benevolencia. Por ejemplo, la perspicaz Emperatriz rusa Catalina la Grande, reemplazó la política de expulsión por la fuerza de los molokanes por el cultivo voluntario por parte de ellos de nuevas tierras en las periferías del sur del Rusia. En tal caso, les garantizaban semillas y ganado. 

Con el tiempo, el movimiento de los molokanes empezó a resurgir en las periferías y a adquirir un carácter masivo en el centro de Rusia. En la primera mitad del siglo XIX las autoridades de nuevo empezaron a expulsar a esa gente, que había roto con la ortodoxia, preferentemente al Cáucaso del Sur, que entonces pertenecía al Imperio Ruso. Parte de los molokanes se dirigían a esa región para reunificarse con sus correligionarios por propia voluntad. Merced a su tenecidad los desplazados crearon en esos nuevos lugares florecientes haciendas. 

El gran escritor de la tierra rusa León Tolstoi valoraba a los malokales por su librepensamiento, por la disputa con la iglesia oficial, por el valor en las relaciones con las autoridades, por la pureza del alma y por su humildad. En la región de Samara asistía a las reuniones y oraciones, participaba en las charlas sobre el Evangelio, comía junto con los hospitalarios dueños de casa. “Los molokanes son personas interesantes en sumo grado” – escribía León Tolstoi. No en vano, en su novela  Resurrección  introdujo como personajes a los campesinos molokanes, para transmitir al lector con mayor contraste los pensamientos sobre la búsqueda de la resurrección moral. 

Hasta los últimos días de su vida el escritor defendió la secta en su enfrentamiento con la iglesia y el poder. Una vez recibió la noticia de que los hijos de algunos molokanes fueron arrancados de sus padres y entregados a diferentes monasterios ortodoxos para que se ocupen de su educación. Entonces León Tolstoi en su mensaje dirigido al zar Nicolás II escribió: “Con que Ud. sólo envíe a una persona imparcial y veraz a los lugares de destierro de los perseguidos por la fe: Siberia, el Cáucaso, la región de Olonets y a los sitios de reclusión, de los informes de esa persona Ud. mismo vería las cosas terribles que se hacen en nombre suyo”. 

León Tolstoi seguía atentamente el creciente conflicto del gobierno con los molokanes por su rechazo al servicio militar obligatorio. Pero a principios del siglo XX se produjo un brusco viraje en la vida de los molokanes del Cáucaso del Sur. La mayoría de ellos en sus reuniones se pronuncian a favor de su traslado a los EEUU, donde no existía el servicio militar obligatorio. Más de la mitad de los miembros de la comuna recibieron pasaportes rusos. A las demás familias se les negó la salida del país porque tenían hijos grandes que debían hacer el servicio militar. Una buena parte de los gastos para el traslado de los molokanes fueron asumidos por los escritores León Tolstoi, Máximo Gorki, por acaudalados mercaderes seguidores de la antigua ortodoxia rusa y por comités de la intelectualidad rusa que trabajaban en las grandes ciudades provinciales. Entonces, hacia allende el océano zarparon entre 4 y 5 mil miembros de la secta. La mayoría de los molokanes se asentaron en la costa occidental de EEUU, en California. Grupos menores se dirigieron a América del Sur, fundamentalmente a la Argentina y Uruguay. 

En 1906 cerca de un centenar de familias de molokanes, mayoritariamente del Cáucaso del Sur, se trasladaron a México. Allí, en el Estado de Baja California, en el valle de Guadalupe, a 60 millas al sur de la frontera con EEUU, compraron tierras baldías a bajo precio. Las primeras casas fueron construidas de forma conjunta y junto a ellas se hacían jardines y huertos. En los campos cultivaban alfalfa, cebada, trigo. Poco después la colonia rusa ya era uno de los principales proveedores de harina de la vecina ciudad de Ensenada. Si bien la tierra formalmente fue vendida en propiedad privada, la actividad económica de los molokanes se basaba en los principios comunales. Los domingos los molokanes se reunían en la casa de oración, donde el oficio divino eran celebrado por un anciano electo. Los molokanes discutían todos sus asuntos en reuniones generales, en las que las decisiones más importantes eran tomadas por votación. 

Los primeros colonos guardaban celosamente las costumbres de los antepasados. Ellos mismos preparaban el pan, hacían comidas rusas, confecionaban ropa rusa, en casa hablaban únicamente en ruso e intentaban impedir los matrimonios con mexicanos. Sin embargo, en 1931 la muchacha rusa Masha Rudometkina fue la primera en romper la tradición, contrajo matrimonio por la iglesia católica con un mexicano. Los jefes de la colonia dominaron su incontenible ira y se resignaron a los matrimonios mixtos, que empezaron a celebrarse cada vez con más frecuencia. El puñado de “peregrinos de Rusia”, tal como denominaba a los molokanes el autor de un libro sobre ellos, se iban asimilando poco a poco a la sociedad mexicana. En una escuela que se abrió allí los niños de los colonos estudiaban el idioma español y la historia de México. Pasó el tiempo y los molokanes empezaron a obtener la ciudadanía mexicana. En la colonia cada vez quedaban menos correligionarios. Por si fuera poco, en 1956 llegaron tiempos difíciles para los molokanes. En México se recrudeció la lucha por la tierra y muchos molokanes, que no querían verse arrastrados a ella, vendieron sus terrenos y se fueron a EEUU, donde se habían instalado sus correligionarios. Hacia 1980 la colonia prácticamente dejó de existir, en ella quedaron tan sólo 12 familias de molokanes. Y hoy por hoy en el valle de Guadalupe ya no hay una sola familia netamente rusa. Todos los matrimonios son mixtos. Los actuales descendientes de los molokanes se casaron con mexicanas, del ruso recuerdan tan sólo algunas palabras y entre sí hablan en español. Ellos también se apartaron de la fe de sus abuelos y bisabuelos, aunque se consideran rusos. Ahora se dedican al negocio del turismo y al comercio. 

Un periodista del diario moscovita “Novy Izvestia” se llevó impresiones muy curiosas de un reciente encuentro con los descendientes de los molokanes en el valle de Guadalupe. Su viaje hacia ese lugar comenzó en EEUU. 

“En San Diego gozan de popularidad los tours a los viñedos. Los conocedores visitan no sólo los viñedos de California, sino en busca de una “vid especial” se dirigen incluso a México. “¡El vino que tomé en la aldea rusa en México, no lo probé en ninguna parte más!” – me dijo un amigo norteamericano, y añadió: “Ahora allí quedan pocos rusos de pura cepa, pero el vino lo hacen precisamente ellos”. 

Me dirigí al pueblo Francisco Zarko – nombre que lleva hoy la aldea de los molokanes. Allí en una tienda anexa al restaurante ruso de Iván Samarin vendían pan ruso, vino ruso y matrioshkas (muñecas de madera con vestido ruso campesino, que contiene otras de menor tamaño). El menú del establecimiento constaba únicamente de platos rusos: borsch (sopa con remolacha, col y otras verduras), empanadas, albóndigas. Los prepara la mexicana Francisca – esposa de Iván. Pero en ese lugar confortable y hospitalario no hablaban en ruso. Y en la perifería del pueblo, bajo las flameantes banderas rusa y mexicana, los turistas bailaban al compás de la popular melodía rusa “Kalinka-malinka”. Allí mismo había un cartel colgado con la imagen de la Catedral de San Basilio en la Plaza Roja de Moscú y una inscripción en inglés: “Degusten el vino de David Bibáiev – el mejor vino de todo México”. 

David Bibáiev era un hombre robusto y alto, llevaba un enorme sombrero. Trataba de hablar conmigo en ruso, pero nos entendíamosa duras penas. Varios minutos después mi nuevo conocido con alivio se puso a hablar en inglés. Según él, en el pueblo quedaban unos 10 rusos de pura cepa. Las personas con sangre eslava seguramente son más de un centenar. “Pero nosotros no nos olvidamos de nuestras raíces –proseguía. Con gran éxito usamos la “marca rusa” en nuestro negocio. ¿Acaso está mal? Mi vino, por ejemplo, es bien conocido en México y en la California norteamericana, y a la gente le gusta”. 

Seguramente el abuelo de David, Timofei Bibáiev, no hubiese aprobado el actual negocio de su nieto. Es que el abuelo se dedicó toda la vida a cultivar trigo y, como todos sus correligionarios, consideraba que consumir alcohol era un pecado. Pero la vida impone sus condiciones. Ahora la familia Bibáiev cultiva viñedos y se ocupa de la vinicultura, y tiene su propia marca - “Bibayoff Vinos”. 

Los Bibáiev enseñan a los turistas su hacienda vitivinícola y también les muestran con orgullo el museo casero, que relata la historia de los colonos molokanes. En él se guardan debajo de un cristal reliquias familiares: desde documentos y fotografías hasta la ropa que usaron los abuelos y abuelas. Un abecedario y un samovar, traídos en otros tiempos de Rusia, tienen más de 100 años. En la pequeña biblioteca del museo entre los diversos libros hay obras de León Tolstoi – el defensor más conocido de los molokales en el Imperio Ruso. 

Se han escrito libros sobre la peculiar colonia rusa en México, pero podría decirse que las muestras museísticas permiten entrar en contacto con su historia. Parafraseando el título de una conocida novela de James Fenimore Cooper,de los actuales rusos del valle de Guadalupe se puede decir lo siguiente: “Los últimos molokanes”. Claro que los últimos molokanes mexicanos. No sólo en Rusia siguen existiendo pequeños grupos de sus correligionarios, que sobrevivieron a los tiempos soviéticos, sino también en algunos lugares del Cáucaso del Sur, desde donde a principios del siglo XX muchos molokanes partieron rumbo a México. Pero, entre los actuales molokanes no existe el otrora aislamiento comunal, no todos se aferran a las vetustas tradiciones, muchos jóvenes hace ya mucho tiempo que no siguen los pasos de sus padres y encuentran otros caminos en la vida. 

La Voz de Rusia

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